16.12.10

No hay final sin principio

Una pata en el freno y las dos manos en la cabeza. ¡Se terminó el año, mierda! O bueno, bajemos un poco las revoluciones, si igual al año le quedan unos cuantos días. Pero las vacaciones llegaron, a paso de tortuga coja, pero llegaron.
Abrí el blog pensando en que iba a hacer un balance. Quería dedicarme a sopesar los pros y los contras para consentir a mi oscuro deseo de que todo esté ordenado y dispuesto. Está demás decir que me arrepentí.
¿Con qué sensación me quedo? Satisfacción. Metí las patas hasta rompérmelas y valió la pena. Thumbs up para mi primer año de universidad.
Se termina el año académico pero quedan desafíos personales. Sin hablar de metas, quise hacer un pequeño conteo de lo urgente: mi estómago patituerto debe permitirle a otras partes del cuerpo asumir las tensiones, mis manos deben animarse a escribir y hacer, y mi mente debe guiarlas con órdenes seguras, y no cobardes ni titubeantes.
¡Cuántas ganas de estucar mi cerebro y mis intenciones! De darle un baño de cemento a mi personalidad, o al menos a sus partes más endebles.
En fin. Enumerar me tomaría años. Es una tarea sana, pero no resuelve mucho.
Ahora a lo que vinimos: ¡Bienvenido seas, verano! Que tus horas de ocio, tus noches de ebriedad absoluta (con aditivos de vez en cuando) y tus eternas conversaciones sean el bálsamo que esboze la cura para la inexplicable melancolía mía.

22.11.10

Niño maestro en amargarse busca redención

Truenos, relámpagos y helados centella. Todos ellos se derriten en una mezcla bien pegajosa para estropearme el ánimo y de paso volverme un hijo de puta. Culpo al estrés y al calentamiento global, pero por sobre todo a la gorda asquerosa que me quitó el asiento después de correr como prieta con patas por el andén del metro Macul. Que el calor, que el frío, que la micro se demoró mucho y el sol me hizo sudar y me estropeó el peinado. Que no sirvo para esto, menos para aquello. Que a veces siento que vine a parar el dedo a este mundo circular rodeado de signos de interrogación.
Que si las cosas no están perfectamente ordenadas me viene una urticaria terrible, pues de eso se trata tener una inclinación obsesiva de la personalidad.
Que el sueño y el dolor de guata. Maldición. ¿Será que le echo demasiado copete a mi estómago? ¿Los bichos estarán de fiesta? ¿O tal vez riéndose de mis ataques de histeria masculina?
Que me molestan los ruidos en la mañana y la gente que no come. Que quiero hacer cosas y no puedo. Que me distraigo y hago, digo y pienso weás idiotas que en un principio nunca quise.
Que daño a la gente porque mi idiotez avasalladora arrasa con cuanto ser humano haya en su camino.
Año tras año me voy convirtiendo en un sociópata pervertido cuyos dedos se enchuecan de a poco, sólo por el narcisismo creciente que me exije convertirme en un monstruo estético.
No lo sé. Enumerarlo suena absurdo, pero pasa. Supongo que esta frase logra resumirlo: "Uno nace con maestría en cometer errores, y tiene toda una vida para perfeccionarse".

17.10.10

one step forward

De pronto, sin siquiera darme cuenta, comenzó a cobrar sentido aquello en que tanto insistía mi mamá. "Es mayor, no le va a bastar con tomarte la mano". En efecto, cuando ya se cruza cierta barrera etárea eso deja de ser suficiente. La piel del cuerpo adelgaza y los sentidos se vuelven atentos, propensos a percibir cosquilleos y caricias. Como si de pronto se convirtieran en un ejército con varias batallas ganadas, agitado y ansioso por llevar a su patria a la cabeza del mundo, conquistando todo lo que haya alrededor.
Cuando se llega a tal punto, se toma conciencia de que ciertas reglas pueden torcerse, de que finalmente tanta moral y rigidez son límites propios del crecimiento. Pero una vez que ya se toma el total control sobre sí mismo, comienza un proceso de autoconocimiento que despierta grandes monstruos (no por su connotación negativa, sino por su fiereza y embergadura) que a su vez custodian grandes tesoros. Inagotables, por lo demás.
El silencio y la oscuridad de la noche esconden sorpresas de todo tipo. Es cosa de ponerse a escarbar para encontrarlas, y hacerlas propias por algunos minutos para después devolverlas a su lugar. La gracia es que, en esencia, nunca dejan de ser sorpresa.

4.10.10

No rain can't get the rainbow

A veces pongo atención cuando alguien dice algo interesante. En el caso específico de hoy, escuché sobre el signo zodiacal Géminis, que posee una dualidad representada en dos gemelos. No escuché más allá porque, digámoslo, la pizza estaba más rica y mi hambre avasalladora es incontenible.
De pronto, en el viaje de hora cincuenta a mi casa, noté que las dualidades eran un tema recurrente en mi cabeza. Más allá de la porquería del bien y el mal, creo (prácticamente sin fundamentos teóricos) que la personalidad está compuesta por miles de millones de posibles reacciones. Sin embargo, todas ellas se reducen a un "sí o no". Cada decisión que se toma pasa por una de esas dos opciones, cada una cargada de su propio peso moral. Y ahí es donde mágicamente entra el discenrimiento. Simpático, ¿eh? No sé para qué tengo blog, si de frentón debería dedicarme a ser comediante...
En fin, el tema son las dualidades. Las decisiones respecto a uno mismo, estos "sí y no", dan luz a un ser humano que inmediatamente crea un holograma: la imagen ficticia del yo que respondió lo contrario.
La respuesta es fácil para aquellos que toman decisiones sin arrepentirse. Gracias al Tatita Dios que yo soy uno de esos. Mi imagen ficticia está bien contenta bajo la alfombra... bien muerta, diría yo. Ya no hay dudas sobre mis decisiones. Me quedo con el sí de aquí a la China. Sí, esa que tiene un muro bien grande entre medio.
El proceso de eliminación del yo virtual es análogo al abandono al antiguo yo. Todo es sobre dejar ir y contentarse con el presente. Es sobre darse cuenta de que no es cierto que el pasto es más verde en el patio del vecino (a no ser que vivas en San Carlos de Apoquindo y esa competencia sea como ver quién tiene el pene más largo). Lo que se tiene es inigualable. Este presente es fugaz, y hay que atesorarlo y valorarlo. La verdad es que me encanta saber que mi patio tiene una primavera eterna, por así decirlo. (Poesía más barata imposible... Qué vergüenza)
La unificación del yo antiguo con el yo nuevo, y la negación del holograma del what if, son un gran paso hacia adelante en el camino eterno del crecer (eterno hasta que se termina). Unificarse de todas esas formas, e incluso a nivel moral, emocional, sexual o lo que sea, es una experiencia exquisita que permite pasar por la vida sin hologramas estúpidos, ni idealizaciones de sí mismo, ni mucho menos anhelos infantiles por lo que ya fue.
Me acabo de dar cuenta de que este proceso ya lo terminé, y de que no queda más que disfrutar el arcoiris entre las partículas de agua, fragmentos de lágrimas que ya fueron, y que le dan forma a este increíble desplante de colores.
Ah, y por último, dejo una canción sobre unificación y movilización hacia adelante de mi obsesión actual, la encantadora señorita Hamasaki <3

Ayumi Hamasaki - Rainbow from Adolfo Cintron on Vimeo.

26.9.10

sunday

Una peruana con su hijo de 6 años compraban bebida en el negocio de la esquina. La mujer en cuestión llevaba 4 vasos de plástico en la mano, de esos desechables de fiesta o picnic. Y en la otra sujetaba una botella de litro y medio de Fanta. El niño, por su parte, le tiraba la polera y le pedía por favor que le comprara Kapo. La madre, enojada, le decía que ya llevaban bebida.
Todo esto me parecía curioso, pero no demasiado, pues yo estaba enojado porque no encontraba Kent 4 de 12 en ninguna parte, y de esos me habían encargado mis papás. Sin embargo, una vez que salí del local y vi un poco más adelante de mi nariz, me encontré con una plaza llena de núcleos familiares compartiendo. Niños en los columpios, sube y bajas, etc; mientras sus madres o padres comentaban cómo había estado la pega en la semana.
Fue enternecedor ver que el domingo es aún para algunos un día familiar. Esos niños no tienen idea de que ese paseo de domingo puede llegar a ser uno de los recuerdos más lindos que tengan.

20.9.10

seis

De pronto el 6 me parece un número hermoso. Tal vez se deba al deseo irrefrenable de querer ser retratado en una biografía escrita por ti. O, probablemente, porque ese número encierra una serie de tratados intercorporales que postulan la disolución de fronteras corpóreas, en son del amor y similares.
Como sea. El 6 es un número especial, pues su origen está en un mundo donde el tiempo no posee valor, donde el Pizza Hut es sano y gratuito, donde cada dos cuadras hay un parque en el que sentarse no supone riesgos, donde la realidad es más nítida que en el turbio Santiago de Chile. Y digo más nítida porque dicha realidad está definida por la interioridad, por la carne tibia y palpitante, por el entramado mental y emocional, por el intangible, como quieran llamarlo.
Las raíces de este mundo son inquebrantables, pues están fundamentadas en el más puro de los deseos: aquel de cuatro letras. Y es por eso que de repente el número 6, continente de aproximadamente 180 días, se devela como una meta que a su vez plantea otras metas, cuyo fin común es el ser feliz.
El 6, en definitiva, es una medida de tiempo en la que conocí, de la mano de quien elegí como mi pareja, un lugar seguro donde decidí quedarme.

1.9.10

Handy-mind

Hace unos días viví la experiencia de ver mis cintas familiares grabadas en HI8. El material comienza en 1996, con un video mío encumbrando una cometa en la Plaza Brasil, junto a mis primos, mis papás y mi abuelita. Tuve muchos problemas para hacerlo volar. Sin embargo, no estaba triste, pues minutos antes una niña me había pintado la cara de león.
Además del día en la plaza, vi navidades, actos del colegio, días de piscina, etc. En definitiva, todo lo grabado con la cámara noventera que para muchos constituía (y aún constituye) un vicio de mal gusto.
Lo pude definir como un recuento de mi vida hasta los 12 años, pues ahí dejé la cámara de lado y me dediqué a mis amistades, como buen preadolescente.
No obstante, verme corriendo en versión pequeña, con la piel lisa, y los ojos y el pelo un poquito más claros, trajo consigo una sensación de nostalgia. Tal vez no precisamente porque eche de menos esos días (claro que lo hago), sino porque mi inocencia me daba una libertad de la que ya no puedo jactarme.
Cada día que reconozco una arruga nueva en mi cara es porque mi concepción de mundo ha cambiado nuevamente. Se acabó el exhaustivo cuidado materno, el escarmiento y la preocupación parterna, los odios entre hermanos... Todo se volvió un gran recuerdo que me emociona, pero que da cuenta de que crecí, y de que ya nada puede ser tan bueno o malo como creía.
A mis casi 20 años, los matices se tomaron el mando en mi cabeza. Ahora, cada vez que analizo una situación, lo hago bajo la lupa de la madurez y la desconfianza, o al menos eso trato (nadie dijo que la operación estaría libre de fallas).
Hay tanta cosa que desearía borrar de mi cabeza, tanta noción estúpida sobre cómo un ser humano puede cagarse a otro (léase como fetichismo y en su sentido metafórico). Me gustaría borrar los verbos del adulto, como trabajar o cocinar, y entregarme al ameno jugar.
Por eso me hace tanto click cuando Chinoy habla sobre la vuelta de los dragones. ¿Qué será de mi castillo, sin dragones que lo protejan del violento mar de realismo que me rodea?
 

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