Un niño tenía la costumbre de salir a caminar por su barrio, mientras la música le perforaba los oídos y los pensamientos le abultaban el cerebro. Sentía que su conexión con el mundo era más profunda de ese modo, o quizás prefería pensarlo de esa forma para evitar enfrentar el motivo real. Cuando lo hacía, miraba el piso y buscaba en él cualquier cosa, podía ser una moneda o una cajetilla de belmont light vacía, lo que fuera con tal de desviar su atención. La costumbre de no pisar la línea del asfalto lo había aburrido, muchos de sus compañeros comentaban sobre eso, como si fuese una manera absurda de llamar la atención. Lo que él quería no era eso, al contrario. Buscaba en sus salidas un oasis mental donde ordenar sus ideas, ya que el peso de la presión que lo circundaba en su día a día no le permitía tal nivel de concentración. Quería pararse frente a su espejo algún día, con la rigidez de quien está seguro de todos los aspectos de sí mismo, sin dudas sobre el laberinto interno que todavía no lograba superar, y aceptarse. No se atrevía a aprender de las personas, le parecían crueles en sus modos, además sabía, como todos, que comentar cualquier tipo de debilidad era un riesgo alto; la gente que andaba en busca de defectos para tapar los propios abundaba. No deseaba tomar ni un mínimo de riesgo, al menos no antes de pararse frente a aquel espejo que proyectaría esa imagen que él tanto deseaba analizar.
Un día el niño, mientras caminaba, creyó tropezarse. Cuando se paró del suelo escuchó que alguien le dijo "no te movai', hueón". Con dicha frase su oasis terminó por desaparecer. Aquel hombre que lo botó le quitó su música, y con ella la esperanza de llegar frente al espejo. Días después, con el shock ya superado, decidió buscar refugio en los estudios. Le dedicaba horas a dicha actividad, tantas como le fueran permitidas. El tiempo pasó, y con él llegaron cosas nuevas. Un día, estando ya grande, casi al superar su adolescencia, decidió estudiar medicina. Por fin logró forjar un sueño, y finalmente lo consiguió.
El niño creció, y ahora vive en una casona perdida en la comuna-ciudad de Las Condes. Su vida está reducida al trabajo y al deseo de llevar cada vez más plata al banco, pero de vez en cuando, cuando escucha música y las notas se deslizan por su oído, puede ver los vestigios de su oasis. Cuando lo hace se dice a sí mismo que nunca es tarde... Sin embargo, siempre llega temprano al trabajo.
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5 years ago
2 reacciones:
por un momento me sentí tan identificado, hasta que se cayó al piso.
yo creo que los oasis siempre dejan remanentes, pero esos remanentes se creen tanto su cuento remanentístico, que no hacen nada por renacer.
:)
no pensé que fueras a considerar eso, y que llegara a inspirarte
=)
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