Lo primero que hace un asesino después de matar es limpiar su imagen. Bueno, después de eliminar la evidencia, dejar la escena del crimen y desaparecer de la luz pública por un tiempo. En fin. Cuando comienza el condenado intento (condenado porque desde un principio sabe que no lo va a lograr, al menos consigo mismo) crea mentalmente un escenario en que los factores son manipulados de tal forma que la autoindulgencia llegue sola. Necesita imperiosamente autoconvencerse de que el error no fue suyo, y la única forma de lograr eso es justificando, a cualquier precio, el asesinato cometido. Por lo general eso se logra culpando a la víctima de haber incitado el conflicto. Otras veces basta con apelar al odio que se le guardaba al difunto, hecho que con la ayuda de un malogrado sentido común termina siendo la carta de perdón que en su envoltorio tiene igual remitente y destinatario. De todas maneras, en la mayoría de los casos se suele culpar a la víctima.
Una vez logrados estos objetivos el asesino adopta la personalidad del inocente, de quien nada hizo excepto apelar al sentido de supervivencia y de autoconservación de la especie. Con dicha personalidad el asesino comienza a relacionarse, y a sembrar la semilla de la confianza en cada persona que toca, haciéndole creer que él no es más que una blanca paloma cuyos recuerdos no son más que lindas tardes de verano al sol leyendo una revista y tomando Coca-Cola.
Sin embargo, y a pesar de todos los esfuerzos por dar un paso hacia el olvido, de vez en cuando la cara del difunto visita los recuerdos del asesino como una maldición que no quiere desaparecer. Cuando eso ocurre al asesino le basta con prender un cigarro, o en su defecto un caño, para desviar la mente hacia otros sectores más agradables como por ejemplo la proyección de vida, que por lo general está constituida por un enorme hogar, muchos hijos y una señora estúpida y complaciente.
Finalmente, después de unos años, la vejez junto a su terquedad correspondiente logra conceder la absolución completa. El paso de los días suele degenerar los recuerdos, acomodándolos más a lo pensado que a lo realmente vivido, permitiendo la muerte tranquila y sin remordimientos.
Para finalizar, debo hacer tres alcances con respecto a mi guía del comportamiento del asesino. En primer lugar, para que se cumpla es necesario que el asesinato nazca de la casualidad, ya que la premeditación desvía aún más el comportamiento y suele acabar en el suicidio. En segundo lugar, es importante aclarar que este patrón de conducta rige solamente a los hombres, puesto que las mujeres suelen tener reacciones mucho más elaboradas y perseguidas que, a diferencia de los hombres, en la mayoría de las veces las llevan a la victoria. Y en tercer y último lugar, es de imperiosa necesidad aclarar que los asesinos que cumplen este parámetro de conducta asesinan sólo una vez, porque de no ser así no se arrepienten honestamente, guiando su modus operandi hacia extremos aún más oscuros del comportamiento humano.
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5 years ago