Estaba convencido de que la seguridad no era definible por las ciencias empíricas, los carabineros bien parados o alguno de sus tanques lanzallamas. Esas eran manifestaciones desvirtuadas de un tema más profundo, anclado en lo recóndito de la bomba que nos da la vida. La seguridad, en el torbellino mágico que nos hace dormir y despertar todos los días, se encuentra carente detrás del pecho, reclamando alimento día a día. Es esa hambre la que aterra.
Él se deshizo de toda esa porquería en primer lugar porque ya le parecía suficiente, pero si pensaba así era por una simple razón: el alimento estaba llegando periódicamente, irrigando cada vena de su cuerpo y dándole vida a todos los órganos que gritaban por dentro, sin poder controlarse, que por fin habían hallado la paz.
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